Es impresionante cómo mucho del estrés que sufren los ejecutivos de nivel
medio o coordinador como son los gerentes, no obstante de las áreas a las que
correspondan, se debe al hecho de no saber poner límites a los jefes, colegas de
otras áreas como en ocasiones a los subalternos, propiciando con ello asumir
responsabilidades que no son suyas con el pretexto de ratificar que es un buen
colaborador y sabe trabajar en equipo, o que es empático y comprende las
presiones por las que la empresa pasa o que es un líder comprensivo ante las
necesidades de sus compañeros.
El hecho de que la gente delegue asuntos por temor, comodidad, indiferencia,
irresponsabilidad se convierte en muchos casos en abuso ante la buena fe del
ejecutivo y más aún por su destreza adquirida con los años que lo convierte en
un miembro indispensable, su alto nivel de compromiso con la empresa, la firme
lealtad con su jefe o la simple solidaridad con su equipo de trabajo muchas veces
hace que la persona tome asuntos que no le corresponde ante la pasividad de
los demás por indiferencia o indolencia, y al ver lo desesperante que es el hecho
de que nadie toma la iniciativa de hacer algo al respecto, se siente obligado
moralmente a hacerse cargo a pesar de lo abrumadora que pueda ya ser la
dinámica de trabajo, y mientras éste no cambie de parecer, seguirá cada vez
más presionado hasta que su cuerpo o su familia le cobre factura.
¿Qué se necesita para salir de ese círculo vicioso? Lo primero es hacerse
consciente de las situaciones que el mismo ejecutivo ha propiciado gracias a su
gran espíritu de servicio, compromiso con su empresa, su alto sentido de
responsabilidad, su pasión por su actividad y ya profundizando un poco más, su
necesidad psicológica de ser aceptado por los distintos grupos dentro de la
organización, reconocido por la gente a su alrededor o importante ante todos los
demás. Todos estos factores no son malos, sino al contrario, son atributos dignos
de resaltar y reconocer, pero todo en su ajustada medida, pues de exagerar,
generalmente cae la persona en la típica sobrecarga de trabajo y de ahí viene
con el tiempo el famoso “burn out”, o sea, el agotamiento con sus efectos
colaterales, tanto en lo físico como en lo emocional y llegar a ser antipático con
los demás al verse protagónico.
Qué ironía, ¿no? Ser señalado de protagónico cuando los mismos que lo señalan
le transfieren responsabilidades.
El segundo punto a considerar para salir de ese círculo vicioso, es asumir la
responsabilidad que es uno el que lo ha permitido y fomentado, por lo que es
imperativo aceptar esa condición mal manejada bajo la buena intención de
apoyar, ratificando lo que muchas veces he dicho como ‘frase de refrigerador’,
“yo no puedo cambiar algo en mí, mientras no me dé cuenta y no lo acepte”,
por lo que es necesario reconocer ese estilo de trabajo para luego cambiarlo
adecuadamente. Que quede claro, no se trata de no apoyar, colaborar o servir,
sino me refiero a que por el afán de resolver algo, la persona tome actividades
o tareas que les corresponden a otros o en dado caso ir en contra de sus propias
prioridades o intereses, y si ya, llevadas a cabo por los responsables no se llega
a resolver el asunto o cae en el dominio del ejecutivo en cuestión, entonces es
momento de implicarse.
Mientras tanto, el tercer paso es empezar a poner límites a la gente que quiere
de alguna forma abusar. Es importante detenernos en este tercer elemento que
favorece grandemente a la armonía familiar como laboral y social en general.
Cabe mencionar que el límite está considerado como la mesura de las cosas, el
hasta dónde se puede llegar, el parámetro en el que se puede actuar con un
horizonte personal de autodisciplina. Una finalidad social de convivencia, vivir es
convivir entre límites encuadrados dentro de ciertos márgenes no represivos que
permiten la existencia y la coexistencia entre las personas en libertad.
La libertad emerge de la autodisciplina, de este dominio interno que genera
autonomía para elegir lo mejor para uno mismo sin menoscabo de los intereses
o derechos de los demás. Cuando no existen límites, el resultado es confusión,
falta de claridad, una sensación de incertidumbre y la oportunidad para que se
generen los abusos y atropellos, bajo el argumento de ignorancia (no sabía) o
inconsciencia (no me di cuenta). Por desgracia, ni los padres ni los líderes de
esta época le dan la debida importancia al concepto de disciplina y límite, un
poco por comodidad, otro tanto por ignorancia, otro más por miedo al conflicto,
y otro tanto más por nuestra historia como generación.
Dado que en los años correspondientes a la primera parte del siglo XX se
caracterizaron por estilos de autoridad rígidos y dominantes, con un margen de
opciones muy limitado para los niños, por lo mismo, en contraposición, los
padres en la actualidad relajamos la disciplina y los límites, haciendo que los
niños hagan todo lo que quieran precisamente para “no traumarlos” y es por ello
que ya de adultos no saben poner a la gente en su lugar.
Como consecuencia, los niños y jóvenes de hoy se erigen como reyes: ordenan,
demandan, exigen, lloran, de esta manera vemos generaciones desorientadas,
otras débiles de carácter incapaces de decir <<hasta aquí o basta>>.
Entendamos que los límites son forjadores importantes de la voluntad, pues
gracias a ellos, es como se desarrollan las virtudes humanas que son las
cualidades de la voluntad, el poder que permite querer hacer y querer lograr.
En el ámbito del liderazgo, la permisividad es el estilo de autoridad débil y por
lo mismo dañina para el desarrollo y madurez de la gente, en el que no existen
límites o son pocos los que se señalan y de romperlos, no haber consecuencias.
Los gerentes permiten, soportan que los subalternos o colegas del mismo nivel
hagan cosas que están fuera de lugar y en dado caso con pocas intervenciones
se desentienden o le llaman la atención a nivel de amonestación sin firmeza, lo
que da como resultado un compañero que no sigue reglas y se vuelve
manipulador y ponzoñoso. Esto hace que la gente se convierta en entes
desadaptados y por ende rechazados en todo orden por su mala conducta, lo
que los hace sufrir, pues en el fondo desean ser aceptados y reconocidos. Son
personas que no saben cómo actuar por falta de guía y dirección.
Debemos de modificar creencias sobre los límites y entender que <<un límite
no es limitación>>.
Un límite es:
- Un marco contenedor
- Un centro organizador
- Una delimitación
- Un cerco protector
El estilo de liderazgo denominado “autoridad de prestigio”, es aquel que parte
de un manejo por convencimiento, que emite confianza en el otro al ser claro
qué se vale y que no, qué es lo que se acepta y que no, así como qué
consecuencias se derivan de aplicarse y cuáles al romper lo establecido, por lo
que genera respeto y seguridad ya que parte de la experiencia, la sabiduría, la
congruencia y la integridad que produce o proyecta en los demás, credibilidad y
respeto. Es aquella autoridad cuyo estilo afirma a sus colaboradores y colegas,
pues confía en ellos: sabe de su valor, se apoya en su inteligencia, apela a su
conciencia y en su derecho de conducirse por sí mismo. Es forjadora de rigor
interno que todo ser humano necesita para aprender a responder ante la vida y
ser capaz de someter deseos inmediatos a cambio de metas a largo alcance.
Un límite genera autonomía y otorga libertad. Al momento que el individuo se
apropia del límite, adopta el hábito y se vuelve independiente y libre para actuar
conforme a lo que ha interiorizado. Contrariamente a lo que se piensa, un límite
es generador de autoestima, autodisciplina, autogestión, autocontrol y fuerza de
carácter.
Los límites actúan como formas de elección (marco referencial) para no salirse |
del camino (delimitaciones) y reconocer un rumbo (dirección), una estructura |
(centro organizador), dan libertad para actuar (claridad) y por ende autonomía. |
Los límites tienen que cubrir las 5 C ́s, sumamente importantes para que tengan
los efectos positivos, para ello deben de ser Claros, Concretos, Concisos,
Cumplidos y Consistentes. Cuando se infringe un límite, el líder de prestigio o
con autoridad lo señala y hace ver las consecuencias, invitando a la reflexión y
a la modificación de conducta, la corrección del error, la reparación del daño o
resarcir la afectación.
Cabe insistir, que para que sea efectivo el hecho de fijar límites a la gente, es
imperativo hacerlos valer, es decir, aplicar el señalamiento y la debida
consecuencia en el momento preciso, pues de no hacerlo, lo que uno comunica
es que <<si no lo haces, no pasa nada>> y de inmediato se pierde credibilidad
y por ende se merma el sentido de autoridad por falta de congruencia. Todavía
aún peor, la falta de consistencia hace que la gente caiga en confusión, porque
nunca sabe cuándo se vale y cuándo no, pues en ciertos casos hay consecuencias
y en otros no pasa nada, quedando todo a criterio y humor del líder.
Cuando se establece un límite, cualquiera que éste sea, la primera persona
comprometida es el propio líder, para precisamente darle valor al límite y
cimentar su papel de autoridad, porque así la gente aprenderá a obedecer y
apegarse a lo establecido. Algo que favorece grandemente el establecimiento de
los límites es la consistencia en el cumplimiento de reglas o acuerdos fijados o
establecidos, ya sea, por imposición o consenso- porque a la larga ayuda a que
las personas se vuelvan perseverantes, tenaces y con el tiempo disciplinadas,
predecibles y confiables. Todo esto gracias a que, por su desorden y confusión,
ha tenido que asumir las respectivas consecuencias derivadas del rompimiento
de dichos límites y de la indisciplina propia de la inmadurez y sometido al rigor
que éstos imponen, y al experimentarlo en carne propia, llega a aprender y
desarrollar la obediencia, disciplina y humildad, así como la fortaleza, paciencia,
perseverancia, docilidad, mansedumbre, y otras más que forjan voluntad.
Para fijar límites y hacer que se respeten no se necesita la agresión ni la violencia
ni las amenazas, sino asertividad, firmeza y claridad proveniente de una
autoridad de prestigio, producto de una buena autoestima (seguridad interna,
respeto a sí mismo) junto a una inteligencia emocional desarrollada (serenidad,
prudencia), junto al conocimiento del colaborador que queremos desarrollar
con facultamiento y alineación y del influjo benéfico de los límites en su vida
(madurez y autonomía).
Ideas para el establecimiento de límites:
Entender que no perjudicas a nadie al momento de ponerle un límite, sino
al contrario, le ayudas a crecer al ejercer su libertad con responsabilidad.
Los límites van de acuerdo con la edad y posición.
Entender que no se trata de castigos, sino de consecuencias, pues todo
acto, conducta o comportamiento tiene impacto en los demás y entorno.
Fijar límites no justifica ser agresivo, sino firme y evita convertirse en una
persona odiosa o cruel.
Establecer límites y hacerlos valer requiere de una buena comunicación,
pues no tiene que ver con el aprecio ni la admiración por los demás.
Es importante no humillar ni ridiculizar ante determinada infracción o
intento, cualquiera puede equivocarse o querer sacar ventaja de
determinada condición o situación, sin embargo, es conveniente ser
simplemente claro y asertivo.
Promueve la consistencia y evita ser permisivo cuando te encuentres
contento y seas estricto cuando te sientas enojado o molesto. Los límites
son independientes de tu estado de ánimo.
Recuerda que tanto un niño como un colaborador aprende valores y
buenos hábitos cuando estableces y haces respetar los límites, ya que
éstos permiten aprender a organizarse, a implicarse, a resolver.
Al establecer un límite, es importante tener una idea clara respecto a él y
explicarlo con detalle para que no haya dudas y saber que es una labor
de paciencia, consistencia y constancia y no obstante de las circunstancias
de cansancio o presión o urgencia, el límite se respeta.
Que no tiemblen las piernas ni las manos al momento de la verdad, por
sentir culpa al momento de decir <<no>> y aplicar las consecuencias, y
evitar ser susceptible de cualquier manejo manipulador.
Que quede claro que el hecho de fijar límites a los colaboradores no significa
impedirles que se expresen, que compartan sus necesidades y emociones
inherentes de las situaciones, es enseñarles a hacerlo en forma adecuada y
responsable, así como llevarlos a forjar su voluntad al sobreponerse a sus
propias resistencias y malos hábitos.
Algunos de los beneficios de marcar límites, por una parte, es reafirmarse a sí
mismo, practicar la consideración a su persona y respeto a sus intereses o
prioridades; por otra parte, fijarle límites a la gente, es ayudarles a despertar o
hacer surgir en ellos su poder interior, a sobreponerse con esa fuerza interna
que hace que las cosas sucedan a pesar de las adversidades, limitaciones,
carencias o pérdidas
Según Enrique Rojas, por voluntad se entiende como <<la potencia de querer y
actuar, el acto de querer y la facultad del hombre para hacer que las cosas
sucedan>>. Por tanto, así como se educa la inteligencia y las emociones,
también se educa la voluntad que está relacionada con la disposición en virtud
de la cual una persona se dirige y actúa en consecuencia para obtener aquello
que desea lograr o conseguir, pues esto hace que las personas se superen a sí
mismos.
El decir «no» es una de las declaraciones más importantes que un individuo puede hacer. A través de ella asienta tanto su autonomía como resalta su legitimidad como persona y, por lo tanto, es la declaración en la que, en mayor grado, defendemos nuestra dignidad. En cuanto individuos, tenemos, podemos arrogarnos el derecho de no aceptar el estado de cosas que enfrentamos y las demandas que otros puedan hacernos. Este es un derecho inalienable que nadie puede arrebatarnos.
Por tanto, podemos concluir que una forma de propiciarse respeto a sí mismo al convivir e interactuar con otras personas dentro de un marco de libertad mutua y evitar cualquier indicio de atropello o abuso involuntario o a propósito a su persona, a su tiempo, a su salud o a sus intereses, necesidades o deseos, es mediante la tarea de establecer a la gente límites, como un acto de respeto, reafirmación y consideración a sí mismo.
Maestro en Desarrollo Humano