TU COMO PERSONA

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¿QUÉ ES UNA PERSONA?

Esta es una cuestión fundamental de entender para todos que nos lleva a tremendas confusiones, al haber una lucha entre las distintas posturas psicológicas en las que cada una quiere imponer su punto de vista, cuando efectivamente, cada una tiene una verdad, pero ninguna presenta una verdad contundente o global, todas son parciales y se complementan desde sus distintos puntos de vista. Somos seres integrales, por lo que no debemos permitir enfoques que nos fracturen.

La psicología transpersonal considera que hay 4 pilares principales en los que se sostiene el ser persona: conciencia, condicionamiento, personalidad e identidad. Cada uno de estos pilares nos complementan y definen, sin embargo, el más poderosos de todos es el primero, pues al tener la capacidad de percibirnos a nosotros mismos sin romper ningún vínculo con el mundo exterior, nos permite apreciarnos, reconocernos y descubrirnos, en las fortalezas como en las debilidades.

Digamos que es el ser humano formado para pensar y actuar bajo la bases de libertad, responsabilidad, unicidad y conciencia..

Podemos decir que la conciencia es el pilar central que sirve de base y de contexto a toda experiencia, sin embargo, la consciencia como toda facultad se tiene que desarrollar, es decir, contamos con el recurso pero este debe de promoverse. El estar consciente es estar alerta, atento mediante la observación, mediante la cual nos percatamos de lo que nos sucede a nosotros mismos en nuestro mundo interior, como por otra parte poder advertir lo que sucede frente a nosotros y la manera en que uno se relaciona e impacta al otro y  viceversa.

Sin embargo, esta capacidad de estar consciente, puede verse mermada, primeramente por ignorancia; segundo, la falta de práctica al no darle la importancia debida; tercera, al fuerte bombardeo de estímulos condicionantes que la cegan; cuarta, la predisposición natural a mantenerse en la zona de comodidad, en el no pensar por flojera y dar por sentado todo el acontecer, sin reflexionar, sin cuestionar, y entonces, nos volvemos creyentes y esto mismo nos convierte en autómatas, títeres, zombies, entes racionales no pensantes. ¿Qué pena, no? ¡Actuamos sin darnos cuenta!

La gente está mucho más encerrada y atrapada en su condicionamiento de lo que se imagina al no darse cuenta, por los múltiples mensajes que continuamente está escuchando, viendo, sintiendo, principalmente. Estos mensajes llegan por medio de los sentidos a la mente como órdenes en el inconsicente y por su repetición continua se asientan y arraign como parte de nuestras redes neuronales. Sin darnos cuenta, ante un estímulo determinado, actuamos de manera programada, sin pensar o dilusidar en ello, solo respondemos fielmente a la orden previamente introyectada.

Una de las formas de condicionamiento que las disciplinas orientales han estudiado a detalle es el apego. El apego se vincula íntimamente con el deseo y significa que el resultado del incumplimiento del deseo, esa sensación de insatisfacción y frustración será el dolor o sufrimiento. Ahora bien, imagínate, en una sociedad de consumo donde la publicidad es la herramienta más poderosa para estimular el deseo, todo lo que provoca, antes de conseguir lo deseado como después de tenerlo, así como también cuando no se logra obtenerlo. El apego, es afán de aferrarse a las personas, animales, experiencias, o cosas es fuente de infelicidad, conflicto y sufrimiento. ¿En dónde te ves tú?

Partamos del principio básico de que somos seres humanos por naturaleza y nos convertimos en nuestro proceso de educación en personas. Ante la sociedad, al margen del género, somos personas, con la misma dignidad, derechos y deberes, correspondientes a la equidad esencial. Sin embargo, existe una diversidad de características que nos hace ser únicos e irrepetibles con mayor o menor perfección respecto a los demás. Hablamos de que contamos con distinta personalidad, sin ninguna connotación negativa, simplemente diferente, con una mayor o menor riqueza de atributos que nos distingue.

Partamos de que el hombre es obra de Dios, aunque también lo es de sus propios medios. Él se edificará -con ayuda de la sociedad- a sí mismo paulatinamente, es un proceso que requiere de tiempo. Independientemente de sus futuros roles, optará por fomentar una serie de atributos o cualidades en él, como también adquirirá por condicionamiento ciertos comportamientos defectuosos que en conjunto irán conformando su propia personalidad y con base en ella, forjará su vida al elegir qué tipo de persona va ser. La personalidad es la gran decisión humana, la maravillosa o pésima obra, pues cada quien es arquitecto de su propio destino. Sin embargo, siempre está en posibilidad de ser transformada.

La personalidad no es algo que nos venga dado en su totalidad, dado que sí estamos dotados de hasta connotaciones cromosómicas, como es el temperamento. El temperamento es algo único que ejerce una poderosa determinación en la persona, aunque siempre será accidental, a no ser que se den patologías neurológicas hereditarias. Respecto a la personalidad, es relativamente indiferente poseer un temperamento flemático o sanguíneo. No se puede hablar propiamente del “mal carácter” o de “carácter humilde”, es la clase de temperamento y su manejo lo que hará parte de la distinción como de su aprobación o rechazo social.

El individuo flemático es caracteriológicamente poco apasionado y más reflexivo. De sensibilidad baja y con poca presencia de sentimientos. La percepción de la realidad por parte de quien posee un temperamento sanguíneo es muy diversa: sensibilidad más rica y capacidad para entusiasmarse, es más vulnerable ante el fracaso, a desilusión y a la tristeza; con tendencia a la dispersión.

Como la personalidad no es algo ya dado, sino ésta se construye en las etapas infantiles, diversos caracteres originan personalidades distintas, lo que es importante entonces, es fomentar personalidades robustas que tengan las cualidades esenciales para lograr su autorrealización. Por esto, una buena y verdadera educación tiene en cuenta las diferencias de las personas y para ello se requiere una adecuada comprensión de las diferencias y complementaciones entre el varón y la mujer, entre personalidad masculina y femenina, es clave para una formación completa, respetuosa y armónica.

Advierte que cada uno tiene su camino de realización. Sólo podemos ayudar. La masificación y la uniformidad a nivel social, familiar, colegial, genera personalidades débiles, y agudiza caracteres enfermizos. Es muy necesaria y conveniente la diversidad para lograr individuos psicológicamente sanos.

Lo que trasciende al temperamento y hace que una persona no dependa sólo de él para alcanzar su perfección humana, son las virtudes catalogadas como humanas, y esas cualidades están asociadas a la educación de la voluntad. La educación, compartida entre los padres y los profesores (atención en casa y escuela) es fundamental en la formación del individuo, y es a través de las tareas como entran en juego muchas de las virtudes a desarrollar.

Cuando transmitimos conocimientos, nociones, análisis, experiencias, actuamos sólo accidentalmente en relación a la personalidad.

Para ejercer una correcta influencia en la personalidad de los niños, se necesita lograr una mayor implicación. Para ello se requiere una ascendencia acogedora que permita a otro meterse en su vida. Entonces puede acompañar en su labor de sacar lo que tiene dentro, a desarrollar sus potencialidades.

Las virtudes, que son cualidades desarrolladas dentro de la voluntad, se transmiten y desarrollan bajo dos recursos, cercanía y firmeza. La virtud se transmite desde la cercanía, desde una comunicación de sentimientos ante la asimilación de ciertas condiciones que requerirá despertar con el ejemplo. Las virtudes dan facilidad para la acción, y su ejercicio engendra gozo, paz y felicidad, ya que el hombre virtuoso es el que distingue con facilidad lo bueno y lo verdadero, lo valioso de lo fatuo, lo arduo de lo fácil, lo relevante de lo trivial.

La virtud se fomenta desde la firmeza, cuando la persona se ve confrontada ante una cierta dosis de rigor por querer lograr conquistar algo, sin embargo, ante la posible dificultad de comprender o dominar eso que es de su interés, ese hecho invita el ánimo hacia el esfuerzo, la insistencia siguiendo sugerencias o consejos. Aristóteles trató a la virtud como “hábito”, como “costumbre”, que arraiga en el hombre por la repetición de actos buenos. Pero fueron otros los que captaron en la naturaleza de la virtud lo más vital humano, interno, que nos hace sentir de manera innata y fuerte, la atracción del bien. Un chico sólo luchará por ejercer virtudes cuando descubra que es uno de sus grandes bienes. En definitiva, una cualidad humana puede llamarse virtud en la medida en que hace a un hombre MEJOR PERSONA.

El tercer pilar que conforma a una persona, es la identidad, vista por las corrientes psicológícas tradicionales como la identificación con los objetos externos o subjetivos que señala la sociedad y las han definido como un proceso inconsciente en el cual el individuo se asemeja a alguna cosa o percibe una personalidad más fuerte ante alguna otra persona o por condición social. En otras palabras, se define la identificación como el proceso en virtud de algo que es vivido como el sí mismo. Y es tan fuerte como común, que jamás se nos ocurre siquiera cuestionar aquello que con tal claridad nos parece que somos. Las identificaciones consensualmente validadas pasan inadvertidas porque no se ponen en tela de juicio. Es factible que las ideas y creencias constituyan los operadores o algoritmos que construyen, median, guían, y mantienen la restricción identificatoria de la conciencia y actúan como modelos limitadores de quienes creemos ser.

Cuando se recuerda que por lo común la mente está llena de ideas con las cuales nos identificamos sin saberlo, se hace obvio que nuestro estado de conciencia habitual es un estado en el que nos encontramos literalmente hipnotizados.  Mientras estamos en trance, lo que pensamos que somos son las ideas con las cuales nos identificamos. Dicho de otra manera, los pensamientos de los cuales todavía no nos hemos desidentificado, crean nuestro estado de conciencia, nuestra identidad y nuestra realidad.

La tarea del despertar, puede considerarse como esa tarea de desidentificación progresiva respecto del contenido mental generalizado y de los pensamientos en particular. Esto se evidencia en prácticas tales como la meditación que lentamente hace un refinamiento gradual de la percepción y da como resultado que la observación se vaya despojando de capas o niveles de identificación cada vez más sutiles hasta ya no conectarse con nada. Esto representa un cambio de consciencia radical conocido como liberación y en un mayor grado, iluminación.

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